Clavo tras clavo estuvo construyendo una escalera en sus horas libres, le puso mucho esfuerzo y dedicación, sus manos le dolían pero él sabía que su fin lo valía. Los días pasaban, los meses también, las estaciones jugaban a las escondidas y él seguía firme en su construcción delicada y concreta. Se levantaba temprano, de madrugada, y mirando el cielo le prometía a este cumplir lo antes posible su anhelo, su sueño. Las hojas del otoño cubrieron las praderas y él continuaba martillando, los calores del verano lo sofocaban pero sus ganas no flaqueaban, el crudo invierno le entumecía los dedos pero martillaba igual, peldaño a peldaño la escalera cada vez era más y más larga.-

Hasta que el día llegó. Con todas sus fuerzas tomó la escalera y la paró, la apoyó sobre una nube y cuando la vio segura de no caerse corrió adentro de su casa, se miró frente al espejo y sonrió, sus ojos brillaban, sus manos sudaban, la adrenalina corría por sus venas y su interior bullía inquietud y emoción, entonces se lanzó a correr hacia la escalera y la empezó a trepar con todas sus fuerzas hasta que llego a su fin, y cuando estuvo en su cima apoyó sus manos sobre la nube y tomando su corazón lo sacudió y dejó sobre ella todos sus sueños y esperanzas.-

Nunca más nadie lo vio, pero en los cuentos a orilla de los fogones se cuentan historias de viajeros que han visto una escalera apoyada en una nube de la cual llueven sueños y emociones para alegrar y esperanzar a los viajeros que pasan debajo de ella.-